En un mundo de fachadas, donde nos esforzamos más por parecer que por ser, caemos en la sutil trampa de ignorar lo que sucede en nuestro mundo interior; pasamos por alto que no es lo mismo ser que parecer y nos dejamos arrastrar por lo banal y efímero.
Cuando realmente somos, todo lo que proyectamos emerge con naturalidad y sin carga alguna al exterior, de ahí la importancia de elegir que ser, si luz u oscuridad, si hiel o miel, si roció o sequía.
¿Que eres querido/a lector/a?
Te lo dejo de tarea…
Respóndete genuinamente, y si no te gustan las respuestas de tu verdadera identidad, recuerda que siempre estás a una decisión de cambiar el resto de tu destino.
Cuando parecemos y no somos es imposible florecer, entramos a una lucha interior agotadora, nos perdemos, caemos en la ruta de la incoherencia, esa que nos deja en un sombrío letargo que nos paraliza.
¿Qué tiene que ver florecer desde el corazón con ser en lugar de parecer?
Tiene que ver mucho; por ejemplo: Puede que un árbol de naranjas se nos parezca a uno de limón, pero en el tiempo de la cosecha nos daremos cuenta de que es un árbol de naranja.
Podemos parecer seres de luz, de amor, de paz y en los turbulentos escenarios que nos presenta la vida mostrar todo lo contrario; desvelándonos como seres oscuros, llenos de rencor, ira, poco perdonadores y vengativos; si no trabajamos nuestro jardín interior, tarde que temprano se nos caerán las máscaras.
Como ya saben, solo damos lo que tenemos…
¿Qué tienes?
Sin importar la respuesta, hoy te invito a florecer desde el corazón, llénate de amor, de paz, templanza, piedad, empatía y perdón; si inviertes en cultivar positivamente tu corazón, vas a florecer bonito, desde dentro, y siempre darás lo mejor de ti, aun en los escenarios más retorcidos y dolorosos actuaras desde el amor.
